lunes, 23 de marzo de 2009

Rollo kilométrico (Amor Relámpago o "Pobre y triste weón")

Me gusta una mina que conocí por msn hace cinco minutos. Sale preciosa en la foto de su avatar.
No dejo de pensar en ella, me gusta demasiado. Siento que voy a explotar si no me habla.
Hemos hablado durante media hora. Tenemos tanto en común... Creo que la amo...
Cambió la foto de su avatar. Sale más bonita que en la otra. Ahora sí estoy seguro de mi amor por ella.
Ya llevamamos una hora. Le he escrito varias indirectas. No me ha respondido, eso quiere decir que siente lo mismo por mi. Soy todo un galán.
Quiero pasar el resto de mi vida con ella. Tendremos muchos hijos y seremos felices para siempre.
Una hora y veinte minutos de charla. Ya lo decidí, me le declararé, y le pediré que nos juntemos para consumar nuestro amor. Tengo el camino listo. He manejado esta conversación hasta el éxito.
Le dije todo. Pedí su mano en matrimonio, y le propuse verla mañana para entregarle el anillo que le compraré en un rato. Ya vi uno en eBay. Me gastaré los ahorros de mi vida, pero el amor lo vale.
Hora y media. Me dice que no puede mañana... Que saldrá con otro...
Maldita perra engañosa. Me enamora para después decirme que quiere estar con otro hombre. Me siento destrozado... Me han partido el corazón en billones de pedacitos...
Ya va una hora y cuarenta y cinco minutos. Le dije a esa Arpía todo lo que la odio, por haberme hecho un daño así. Es una mala mujer. Hemos pasado tanto juntos, teníamos tanto en común... Pero a ella no le importó, y mandó todo a la mierda. Pues yo a ella la mandé a la mierda igual.
Dos horas. Le dije que me suicidaré por su culpa. Me dijo que hiciera lo que quisiera y se desconectó. Seguro me puso sin admisión. Ojalá el otro la rechaze, para que pague todo lo que me hizo.

Adios mundo cruel...

(Basado en una historia real. Ríase con ganas, que yo lo hice al escuchar la historia hace un rato)


A mi amiga Muniekah, con todo mi amorsh.

jueves, 19 de marzo de 2009

Universitarios, melones y botellas.

Se terminan las vacaciones de verano, y ya todos estamos con las pilas puestas para comenzar un nuevo año. Pero la verdad es que no es posible empezar a estudiar o laburar sin despedir como Dios manda las vacaciones. Y nuestro querido tatita celestial nos ha brindado la mejor manera de cumplir este cometido: El carrete.

Así es pues, inspirados por San Etilicio, patrono del sexo, el alcohol y de la juerga sin control; fue que decidimos organizar la mejor de las despedidas vacacionales: Un carretón-carretero-masivo completamente distorsionado, en la dependencia fiestera veraniega por excelencia. Me refiero al Parque Padre Hurtado, ex “Intercriminal” de La Reina.

Ya con todo preparado, el grupo en Facebook creado y los comensales enterados, sólo quedaba llegar al lugar acordado. Ya fuere en Metro, taxi o Transantiago, nadie debía perderse el magno evento; tan hábilmente organizado.

Saliendo de una juerga cumpleañera, y ya pensando en preparar mi cucharón para no morirme de un infarto por estrés este año, me solicita a mi móvil un camarada birrero, con motivo de discutir un importante asunto vía MSN. Al conectarme me avisan que es menester una juntación, y así fue como me convertí en miembro del selecto grupo carretero que iría a beber bajo la sombra de los árboles y sobre el verde pasto.

Ya fijado el punto y la hora de nuestro encuentro, salgo de mi hogar con apuro y ansiedad, esperando sea esta la jarana magistral perfecta. Abordo el alimentador, reviso el bolsillo en busca de las últimas gotas de efectivo para gastar en mi haber, y me dirijo entusiasta hacia la estación República. Ya en el lugar destinado a reunirnos, vibra mi aparato telefónico para avisar que alguien me llama, y al contestar me avisan que me esperan en Baquedano. Con movimientos fríamente calculados, abordo el tren en dirección San Pablo, de lo cual me doy cuenta ya llegando a Estación Central. A bordo del tren en dirección correcta, recibo otra llamada donde me dicen que me esperan en la estación Francisco Bilbao. Con música en mis oídos y ansioso, hago combinación en Tobalaba, donde el océano humano ahogaba hasta el más audaz de los marinos. Mi celular vuelve a vibrar, esta vez pegado al culo de una señora regordeta que se voltea a mirarme con ira, mientras yo extraigo el artefacto de mi bolsillo. Ahora me indican que están en el Unimarc de Tobalaba, así que me devuelvo por la cascada de gente que hace combinación y logro salir.

Reunidos todos, abasteciendo nuestras arcas fiesteras en el supermercado, nos hicimos con tres Cartonère blancos Sta. Helena, y tres suculentos melones, variedad tuna para los menos entendidos, destinados no precisamente al postre. Con lo anterior y algunas otras cosillas emprendimos camino hacia el parque.

Discutiendo la mejor manera de llegar, dejamos al Metro de lado por ser potencialmente peligroso a esa hora, descartamos ir a pié pensando en el hielo que cargamos y la sed que nos daría (llegaríamos sin provisiones al parque), y ni pensamos en taxi por la falta de efectivo. La opción fue en micro. Tomamos un alimentador hacia la Ciudad Deportiva del Pichichi, y desde ahí caminamos hacia el ex intercomunal. Durante el trayecto bebimos alguna Birras (del inglés Beer, que quiere decir Cerveza) para aniquilar la nefasta sed, y no convidamos al amable chofer del bus, pues su estado de conductor le imposibilitaba ingerir alcohol. Aún así este nos avisó donde debíamos de abandonar el transporte para poder llegar a nuestro destino final.

Enfrentados al problema de cómo lograr entrar al recinto jaranero, dimos con la solución al presenciar varios otros comensales (eso supusimos que eran) saltar la reja que delimita el lugar. Impresionados por esa inteligente maniobra, la pusimos en práctica. Por desgracia para uno de mis camaradas parranderos y yo, fuimos sorprendidos por miembros de la fuerza policial, y ahuyentados por su presencia caminamos usando nuestras manos como sujeta culos de emergencia.

Ya sin oportunidad de alcanzar a nuestros compañeros siguiendo sus pasos, decidimos caminar hasta la entrada principal, colarnos de fea manera en la extensa fila de gente, y pagar la exuberante suma de dinero de la entrada (quinientos pesos todos cagones). Rápidamente entramos, y haciendo uso de nuestros aparatos celulares, pretendimos ubicar a nuestros perdidos camaradas. Inútiles fueron nuestros esfuerzos; el saldo de mi teléfono no alcanzaba ni para medio segundo de charla, y las pocas palabras que logró cruzar mi homólogo carretero, perdido junto a mí, sirvieron para indicarnos que esperáramos en vano junto a una gigantesca estatua de cobre, para ser rescatados. Después de vagar sin rumbo durante más de una hora, y de incontables mensajes indicando llamadas perdidas, recibí una llamada divinamente intervenida de uno de mis extraviados amigos, quien me dio indicaciones precisas para dar con ellos. Así fue como nos reunimos nuevamente en algún lugar del parque, preparados para empezar la fiesta.

Preparar este brebaje requiere de gran pericia y conocimientos culinarios excelentes. Hay que hacer un agujero en la parte superior de la fruta, delicadamente. Con una cuchara se deben extraer las semillas y luego desprender la carne de tal manera que la cáscara de la fruta quede como un gran recipiente, dejando la pulpa en su interior. Después se debe verter cuidadosamente el Sauvignon Blanc hasta llenar un 90% del improvisado vaso. Finalmente se mezcla con un poco de azúcar.

Sentados en el césped, brindando, unos con melones y otros con tazones, celebrando miles de razones, bebíamos licor a montones. Disfrutamos de la compañía de bellas féminas (con tres ron-colas pasaban), había música, cigarrillos y cogollos por doquier. El ambiente era excelente, hasta que una estampida de gente se nos abalanza. Sin movernos de nuestros lugares, observamos volar botellas por sobre nuestras cabezas. Al despejarse nuestra vista, vimos unos punkis en batalla campal contra unos chipamoglis. Atinamos por correr a un lugar más seguro, y así llegamos a la orilla del río, donde seguimos nuestra tomatera, medianamente moderada.

Recuperando el aliento a orillas del río sepa moya, mientras unos pasaban como agua las últimas gotas de ron, y otros rellenábamos cual vaso de fiesta nuestros melones con Cartonère, supusimos que todo iría bien desde ese momento. A decir verdad, mientras pensaba y bebía, unos camaradas licoreros se sentaron junto a nuestro sitio next to the river. Amables y educados se acercaron a nosotros y nos pidieron cortésmente algo de beber (“¿shaaaaa ehmanito she llaja con un lloncito?”), pero cuando avistaron nuestras grandes frutas colmadas de fermentado de uva blanco, babearon como perros frente a un hueso inalcanzable. Decidimos que era mejor regalarles uno, y seguir disfrutando.

De golpe sentimos que se armaba alboroto. Nuestros vecinos chipamoglis comenzaron a pelear entre ellos. De la golpiza y la nube de polvo salió volando un melón, que al caer se partió, vertiendo todo su preciado contenido. Luego de separar a los hermanos que no se llevaban bien, uno de nosotros recuperó el melón caído, para brindarle los honores correspondientes a sus horas de servicio. Otro de nuestros melones fue a parar a manos de los flytes next us, y tuvimos que conformarnos con el que hasta ese momento era mío.

Con un afterinter estropeado y litros de alcohol corriendo por nuestras venas, decidimos emprender viaje a casa de un camarada a seguir la fiesta. Ya estaba oscuro, lo cual entorpecía aún más nuestra nublada vista bajo los efectos nefastamente alucinógenos de la fruta con licor. Al salir del parque, y sortear de manera brillante a los agentes que trataban de calmar a la multitud, no quisimos tomar micro, así que caminamos. Con mi melón en una mano, y la cuchara en la otra, nos fuimos deleitando, divagando entre conversas burdas y chistes sin sentido que nos llenaban de carcajadas.

Dos de nuestros valientes y bravos compañeros en esta guerra contra la sobriedad, se perdieron en el camino. Uno de ellos junto a las pertenencias de una de nuestras féminas acompañantes. No supimos si maldecir o rendir honores ese par de hombres que dieron su vida por acabar con ese maligno alcohol que invadía nuestros vasos. Esos hijos de puta cagaron a mi amiga con su mochila.

La entrada al metro Francisco Bilbao estaba cerrada. Abordamos en Colón, camino a Baquedano. Nuestros camaradas perdidos lograron comunicarse con nosotros y nos avisaron su ubicación: La discoteca Bocaccio. Con artilugios de seducción hicimos pasar a nuestra amiga al andén, y por supuesto no dejamos atrás a nuestro aguerrido melón sobreviviente.

Llegamos a Baquedano, y con otras técnicas sensuales nuestra amiga salió en busca de nuestras bajas. Volvió con las manos vacías, y sola. Un guardia de seguridad amablemente nos dijo que si no nos deshacíamos de ese melón llamaba a la policía. Me tocó el honor de darle un sepulcro digno en un basurero del andén.

Camino a la casa del after, nuestros compañeros decidieron tirar la toalla y emprender cada uno su solitario rumbo. Nuestra amiga, aún sin sus cosas, se fue a casa del camarada donde íbamos a seguir la juerga, a ver si las encontraba allá. Seguro buscarían arduamente sobre la cama. Yo seguí mi camino a casa.

Y así es, damas y caballeros, como los universitarios decentes despedimos nuestras vacaciones.

lunes, 9 de marzo de 2009

Ingrato.

La noción del tiempo se me desvanece. Camino en de lado a lado tratando de mantener el equilibrio. Una gota de sudor frio baja por mi mejilla derecha hasta la comisura de mis labios. Con dificultad logro encontrar y encajar la llave para poder abrir la puerta. Me muevo descuidado por el pasillo y enciendo despues de varios intentos la luz del baño. Me inclino rendido y asomo mi cabeza frente al inodoro, contemplando mi paupérrimo reflejo facial en el agua. El estómago se me revuelve y siento ácido brotar de mis entrañas a través de mi garganta. El agua salpica y se tiñe de un color entre tierra y verde musgo.
Esta noche mis amigos brindaron conmigo, pero ahora ya no queda nada de esos incontables ires y venires de bebida.

(sin título)

Se levantó del suelo, sin saber donde estaba. Se enfiló rumbo al pueblo más cercano, dejando atrás aquel accidente del que nada recuerda. De entre los escombros y llamas asoman gritos de auxilio. Una mujer desesperada intenta despertar a su inconciente hombre, que yace colgado de cabeza del cinturón de seguridad. El hombre siguió su camino sin voltear, sin saber donde quería llegar. Dejando atrás aquel accidente, su auto, su esposa, su imprudencia y su cuerpo inerte.