Hace unas noches concluí que las películas porno no son más que una parodia de lo que es el placer mundano más personal y natural de todos.
Es hilarante la forma en que un hombre penetra a una mujer, en distintas posiciones acrobáticas, mientras ella finge 10 orgasmos por minuto, al tiempo que la cámara gira mostrando un entorno más preparado y falso que infomercial sabatino mañanero de La Red.
Sin contar la "elaborada" trama de la cinta, donde casi la totalidad de los diálogos constan de gemidos y expresiones sugerentes.
Dejando de lado el porno procedente de medio oriente (donde se ven 5 minutos de sexo, seguidos de otros 85 de penitencia), hay otras películas en que, a pesar de tener escenas de desnudos y coito, el desarrollo de estas es más acorde con la trama, donde se ven reflejados los verdaderos sentimientos de los involucrados a la hora de efectuar el acto.
Es interesante y exitante imaginarse en esa situación, donde ambos cuerpos se vuelven uno entre caricias y besos. Cada gemido, cada exalación de esa respiración agitada, se ve potenciado por los sentimientos de atracción y amor que emanan por cada poro de esos seres.
Irónicamente, lo más cercano a la realidad, exita menos que la burla explícita y poco delicada.