domingo, 28 de diciembre de 2008

Un café en la nada.

Él entra por una taza de café, a aquel local en medio de la nada. De tez morena, alto y delgado, un hombre cualquiera.

Ella trabaja en un local en medio de la nada. Sirve mesas y limpia. De estatura media, hermosa como ninguna, curvas perfectamente deliniadas a mano por un artista, tez morena, larga y brillante cabellera.

Él busca abrigo y algo de comer, parece cansado, se sienta en la barra, llama una vez y espera paciente. Ya es tarde en la noche.

Ella trabaja horas extra, se le ha hecho tarde, escucha un llamado. Hay alguien sentado, esperando en la barra.

Él distingue una silueta que sale de la oscura cocina. Al momento de articular "me puedes traer un...", logra verla de manera completa, la palabra "café" le quedó cruzada en la garganta, sólo miraba.

Ella sale para atender a aquel cliente, se mueve entre la oscuridad de la cocina y al ser tocada por la luz del local, se da cuenta de que él intenta decir algo y calla, que queda mirando.

Es fácil caer en tentación, sólo querer contemplar las maravillas de la naturaleza femenina. Un uniforme bastante escotado, y de falda un poco más que corta, que dejan a relucir aquello que es difícil de ignorar, un busto, especial, perfecto, piernas, hermosas, perfectas tambien, un ajuste en las caderas, una silueta de otro planeta, sumado a un sexi caminar, ese contoneo que desvía de un lado a otro la vista, sobre todo cuando aquel contoneo es ostentado de manera privilegiada.

Ella se apoya en la barra, frente al perplejo hombre, dejando más al descubierto sus dotes. Él se aleja rápidamente, no quiere dar un mala impresión, sube la vista y la mira fijo a los ojos. Es el primer paso de un incierto futuro, una relación inesperada, el principio de algo más que interesante...

Él vuelve en si, se le acerca, le susurra algo al oído, palabras suaves, tiernas. Ella siente su aliento, su respiración, siente cosquillas, un leve temblor, involuntario, extraño, se llena de nervios, cierra los ojos, su boca tirita, se expanden sus poros, saliba en exceso, la invade la necesidad...

Él se percata de lo que ocurre con ella, realiza un movimiento, quedan frente a frente, sólo unos centímetros separan sus bocas. Ella lee sus pensamientos, se aleja, internándose en la cocina aún oscura. Él la sigue, salta la barra, se mueve paciente, tranquilo, sabe qué hacer.

Ella desabrocha su blusa, se quita la falda, luce una lencería muy sensual, provocativa, él se acerca, la abraza por la cintura, le da un apasionado beso, acaricia su pelo, su rostro, baja por el cuello, suavemente, su busto, su cintura, sus caderas, vuelve a subir, se agacha, la toma por sus suaves muslos, muerde delicadamente el borde de su ropa interior, sigue bajando, se ayuda con las manos, hasta despojarla de aquella prenda, se pone de pie, cruza sus manos por su espalda, con dos dedos, suelta el broche del brasier, lo deja caer al piso. Ahora, ella está completamente desnuda, la luz de la luna la ilumina a traves de la ventana. Él se quita la camisa, se le acerca aún más, la vuelve a besar, ella toma el broche de u pantalón, lo suelta, desliza lentamente la cremallera hacia abajo, agarra firemente sus bordes, baja delicadamente siguiendo la linea de sus piernas, toca el suelo, él levanta sus pies, ella arroja el pantalón sin rumbo aparente, levanta sus manos, en una caricia improvisada, lo libera de su ropa interior, se incorpora, ambos quedan desnudos, de frente el uno del otro...

Se abrazan, comienzan caricias más atrevidas, juegos que ningún niño conoce, juegos que se tambalean en el límite entre inocencia y erotismo, besos, roces, dos cuerpos se hacen uno, el placer, el dolor, el instinto, la razón desaparece de sus mentes, sólo se deja lugar para la satisfacción...

Él viaja sin destino, por caminos en medio de la nada, encuentra un local, entra por una taza de café. Luego de un buen rato, sale, sigue su camino, no tiene tiempo para distracciones, sólo piensa en viajar, descubrir nuevos lugares nuevas fronteras, experiencias.

Ella trabaja de mesera, en un local en medio de la nada, difícilmente recibe clientes. Un día entra un hombre al local, quiere un café, ella lo despide luego de un largo rato, como a todo cliente, sólo tiene tiempo para trabajar, su trabajo es todo, necesita el dinero, es su único medio de subsistencia.

Un instante, en la vida de dos almas solitarias, un amor pasajero, un mágico encuentro, una fría despedida, la continuidad del tiempo, sus vidas siguen, solitarias como siempre, un momento de placer, que no queda, que se desvanece, como el viento que barre con la arena, como un beso sin amor, tan débil, tan insignificante, tan común...

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