miércoles, 6 de agosto de 2025

Ejemplo de Providad y Fe

Con nula consciencia de sus movimientos y luego de varios intentos logró apagar la alarma de su teléfono. Se quedó unos minutos pensando en que no quería ir a la oficina, combinando ideas suicidas con pensamientos rumiantes que eran parte de su rutina diaria desde hacía una década. Un par de golpes en las mejillas, algunos crujidos de articulaciones y ocho lentos pasos lo llevaron desde la cama hasta el baño. Sobre el espejo, una tenue ampolleta incandescente de cuarenta watts que agonizante iluminaba su rostro; su reflejo hacía notar el desgaste por el estrés, los ataques de ansiedad y las malas combinaciones de psicotrópicos que el psiquiatra del consultorio le venía recetando y cambiando irregularmente por cinco años seguidos. Esperó unos segundos a que el agua del grifo aclarase un poco desde el marrón inicial para mojarse la cara. Volteó la cabeza hacia la ducha y se preguntó cuándo fue la última vez que se dio un baño, mientras miraba ese espacio que ya llevaba meses sin ser pisado por alguien. Terminó de secarse la cara con una toalla de papel reutilizada por varios días y volvió al cuarto mientras encendía el único led que le quedaba a la luz del techo. Sacó su traje usual del ropero, lo sacudió un poco y se acercó a olerlo para verificar que no tuviese que quemarlo aún. Vestido, sacó de su réplica de velador victoriano un tarro de gel con un primate en la etiqueta y, con un movimiento rápido, aplicó una generosa cantidad de producto hasta lograr que sus greñas de la nuca no quedasen muy separadas de sus pliegues de piel; más arriba estaba desierto, por lo que solo se dio un par de palmadas. Dejó el gel sobre el mueble y sacó del mismo una lata de desodorante spray casi vacía que usó para rociar desde su torso hasta sus tobillos. Se alejó de la cama y salió de la habitación en dirección a la cocina, donde escarbó entre una pila de platos sucios acumulados por días hasta encontrar su cepillo de dientes. Lo usó para sacarse los restos de la hamburguesa de la noche anterior de entre los dientes y las uñas, finalizando dicha higienización echándose una pastilla de menta fuerte a la boca. Caminó hasta la sala donde lo esperaban su maletín, su sombrero y su pin dorado del PNL. Solo ayer se había inscrito, luego de que el candidato a presidente de esa colectividad prometiera el fin a las persecuciones contra los deudores de pensión alimenticia. Estaba convencido de que su situación era culpa de los comunistas en el gobierno y no de su adicción al juego ni a las mujeres bohemias. Tomó sus cosas y emprendió camino, saliendo de su casa, hacia su trabajo. Estaba a punto de presentar un nuevo proyecto de ley… “Tengo fe en Dios”. 

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