jueves, 25 de diciembre de 2008

Hagamos leña del pino navideño caido.

Henos aquí. Una familia constituida, como todas, pasando juntos el día de Navidad.
Después de haber esperado en la casa de los “suegros”, la llegada de la media noche.
Luego de que el hijo hiciera lo imposible para asistir a una fiesta, a la que nunca llegó.
Ya pasada la mañana de Navidad, que es el momento más feliz de la cultura americana, el momento cúlmine de la espera de todos los años, el momento en que la familia despierta y corre hacia el árbol, cuya base se pierde entre montañas de cajas y objetos misteriosos envueltos en papeles y cintas de colores.
Ya después de esa mañana de Navidad, ya cuando la familia constituida se dispone a pasar el día. Se puede ver al jefe de hogar, sustento y pilar fundamental, la cabeza que descansa sobre los hombros, hombros que conducen a través de los brazos hacia las manos, manos que destapan y sirven vasos y vasos de cerveza, traicionera y suculenta. Cerveza que se arrima a esa cabeza, y la llena de recuerdos y desaventuras. Melancolía y pérdida de fe, de un padre de llora a sus padres, que de alguna manera detesta a sus hermanos. Un hermano que ya descansa entre aquellos que prescindieron de oxígeno, pero que de alguna manera se ha encarnado en el hijo cuyo padre yace llorando en ese tronco que flota en un mar de cerveza. Ese hijo que no es más que un adolescente que maduró a destiempo. Ese hijo que ahora escucha y lamenta los sollozos de su padre, y vigila las brochetas que se asan a fuego lento sobre el tambor que les sirve de parrilla. Ese hijo que mastica y traga los lamentos y enseñanzas de vida, traídas a escena gracias al elíxir milagroso a base de cebada. Ese hijo que debe cumplir su asignada labor de parrillero, y avisarle al resto de la familia que las brochetas ya están listas. Brochetas que sólo probarán el padre, el hijo, y la madre. Madre que a la vez es esposa. Esposa que tras veinticinco años como la mano derecha, apoyo, sustento amoroso y compañera del jefe de hogar, aún ahora se lamenta la vejez que añora desesperadamente un esposo joven. Mujer amante y madre a la vez, que en estas ocasiones, en donde su deber de compañera se ve suplido por el brebaje lupuloso, se digna a dar un paso al costado, para que su pareja busque tranquilo su noche sin estrellas. Madre que es imagen para una hija. Hija y hermana, que no probará brochetas, ni hoy ni nunca. Hija que se hizo vegetariana, por amor a los animales y temor de la muerte. Hermana e hija que reprocha las conductas del padre y del hermano. Hija centrada en ideales de rectitud y buenas costumbres realmente envidiables. Hermana de un hijo que ha debido transmutar en algo mejor para sobrellevar esta vida. Transmutación que partió desde lo reprochable del hermano muerto del padre, hasta una mezcla entre tío y progenitor. Progenitor que aún esconde sus llantos tras la cortina musical de sus años mozos.
Una familia que pasa otra Navidad más.

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